27.9.07

Tenia unos tres años y estaba en el jardín de infantes, parado en el medio del patio, frente a una mesa que me daba a la altura de la pera. Me acuerdo que veía un montón de niños corriendo pero, raro en mi, estaba solo. Mirando a un ser increíble que había en la mesa.
chicos, todos a clase que ya terminó el recreo hace rato”, dijo la maestra.
Era una lombriz roja y me maravillaba ver como estaba viva, como se movía. No podía distinguir sus ojos, ni su cabeza, y mucho menos su boca. La curiosidad era mi dueña. Me habían dicho que las lombrices tiene la capacidad de seguir vivas aunque las cortes en pedazos, y que todas las partes viven si importar cuantas sean.
Martín, Nicolás, Alejandro, Andrea...”, nos llamó la maestra.
Para mí eso era imposible. Si me cortaban un brazo era probable que yo siguiera con vida, pero mi brazo moriría inevitablemente.
¿qué ser tan espectacular podía ser esa pequeña lombriz, como para transformarse de un momento a otro y dejar de ser un solo ser, para pasar a ser diez o veinte?
Alejandro, querido, vení al salón que sos el único que falta
la partí en dos, en cuatro, en seis, en ocho. Mis ojos no daban crédito a lo que veían. Todas las partes se movían. Todas las partes tenían vida propia. En ese mismo instante se habían transformado en otros seres vivos. Antes eran uno. Ahora eran ocho, o diez seres.
Sin embargo, de alguna manera, para mi seguían siendo uno.
“dale, Alejandro, dejá a esa pobre lombriz en paz y vamos a la clase”, dijo la maestra, que me levantó en brazos y me separó de mi descubrimiento.
Ésta es mi teoría lombriz: aunque te separen, aunque a simple vista seas un ser independiente de los demás, con movimientos y decisiones, en apariencia, diferentes. Aunque nos odiemos y nos matemos, aunque miremos a un costado para no ayudar a quien nos necesita. Aunque lloremos a nuestros supuestos muertos y no podamos verlos, somos, inevitablemente, un solo ser. Y, hagamos lo que hagamos, nunca nada ni nadie será capaz de separarnos.

(introducción del libro “El regreso de los hijos de la tierra”, de Alejandro Corchs.)