En la cuidad
Acá el cielo no se ve.
Acá la lluvia llega con la tierra de los techos de los edificios.
Solo de rebote caen unas gotas…
Acá los árboles se estiran y retuercen para poder llegar al sol.
Las ventanas nos miran con sus caras de piedras.
Las ideas se pierden, se entremezclan con las miles de mentes pensando –avalanchas en segundos.
Acá respiramos olores a contaminación en los pulmones.
Acá donde tropiezan miles de ciegos; mientras otros tantos videntes aprenden a no ver.
Acá donde la música deja de serlo para pasar a ser tan solo horrores., a los gritos…
Vidas que se esfuman.
Acá en la cuidad.
Acá en la cuidad… te encontré.
Te encontré en alguna llamada perdida.
Llamada privada.
Teléfono descompuesto.
De la misma forma te pierdo todos los días.
De la misma forma te vuelvo a encontrar.
De la misma forma te perdí,
Te pierdo,
Te voy a perder…
24.11.07
27.9.07
Tenia unos tres años y estaba en el jardín de infantes, parado en el medio del patio, frente a una mesa que me daba a la altura de la pera. Me acuerdo que veía un montón de niños corriendo pero, raro en mi, estaba solo. Mirando a un ser increíble que había en la mesa.
“chicos, todos a clase que ya terminó el recreo hace rato”, dijo la maestra.
Era una lombriz roja y me maravillaba ver como estaba viva, como se movía. No podía distinguir sus ojos, ni su cabeza, y mucho menos su boca. La curiosidad era mi dueña. Me habían dicho que las lombrices tiene la capacidad de seguir vivas aunque las cortes en pedazos, y que todas las partes viven si importar cuantas sean.
“Martín, Nicolás, Alejandro, Andrea...”, nos llamó la maestra.
Para mí eso era imposible. Si me cortaban un brazo era probable que yo siguiera con vida, pero mi brazo moriría inevitablemente.
¿qué ser tan espectacular podía ser esa pequeña lombriz, como para transformarse de un momento a otro y dejar de ser un solo ser, para pasar a ser diez o veinte?
“Alejandro, querido, vení al salón que sos el único que falta”
la partí en dos, en cuatro, en seis, en ocho. Mis ojos no daban crédito a lo que veían. Todas las partes se movían. Todas las partes tenían vida propia. En ese mismo instante se habían transformado en otros seres vivos. Antes eran uno. Ahora eran ocho, o diez seres.
Sin embargo, de alguna manera, para mi seguían siendo uno.
“dale, Alejandro, dejá a esa pobre lombriz en paz y vamos a la clase”, dijo la maestra, que me levantó en brazos y me separó de mi descubrimiento.
Ésta es mi teoría lombriz: aunque te separen, aunque a simple vista seas un ser independiente de los demás, con movimientos y decisiones, en apariencia, diferentes. Aunque nos odiemos y nos matemos, aunque miremos a un costado para no ayudar a quien nos necesita. Aunque lloremos a nuestros supuestos muertos y no podamos verlos, somos, inevitablemente, un solo ser. Y, hagamos lo que hagamos, nunca nada ni nadie será capaz de separarnos.
(introducción del libro “El regreso de los hijos de la tierra”, de Alejandro Corchs.)
“chicos, todos a clase que ya terminó el recreo hace rato”, dijo la maestra.
Era una lombriz roja y me maravillaba ver como estaba viva, como se movía. No podía distinguir sus ojos, ni su cabeza, y mucho menos su boca. La curiosidad era mi dueña. Me habían dicho que las lombrices tiene la capacidad de seguir vivas aunque las cortes en pedazos, y que todas las partes viven si importar cuantas sean.
“Martín, Nicolás, Alejandro, Andrea...”, nos llamó la maestra.
Para mí eso era imposible. Si me cortaban un brazo era probable que yo siguiera con vida, pero mi brazo moriría inevitablemente.
¿qué ser tan espectacular podía ser esa pequeña lombriz, como para transformarse de un momento a otro y dejar de ser un solo ser, para pasar a ser diez o veinte?
“Alejandro, querido, vení al salón que sos el único que falta”
la partí en dos, en cuatro, en seis, en ocho. Mis ojos no daban crédito a lo que veían. Todas las partes se movían. Todas las partes tenían vida propia. En ese mismo instante se habían transformado en otros seres vivos. Antes eran uno. Ahora eran ocho, o diez seres.
Sin embargo, de alguna manera, para mi seguían siendo uno.
“dale, Alejandro, dejá a esa pobre lombriz en paz y vamos a la clase”, dijo la maestra, que me levantó en brazos y me separó de mi descubrimiento.
Ésta es mi teoría lombriz: aunque te separen, aunque a simple vista seas un ser independiente de los demás, con movimientos y decisiones, en apariencia, diferentes. Aunque nos odiemos y nos matemos, aunque miremos a un costado para no ayudar a quien nos necesita. Aunque lloremos a nuestros supuestos muertos y no podamos verlos, somos, inevitablemente, un solo ser. Y, hagamos lo que hagamos, nunca nada ni nadie será capaz de separarnos.
(introducción del libro “El regreso de los hijos de la tierra”, de Alejandro Corchs.)
12.8.07
Los miro, los miro, los observo, intento analizarlos. Pero no.
No soy yo.
Supuestamente soy yo, pero no me encuentro!
Cuanto mas me adentro en ellos, mas me pierdo en su inmensidad.
Pero ya dejan de ser los colores, la forma... es algo mas. Hay algo mas.
Me pierdo en ellos, mas los miro, Mas conciente soy de todo lo que no sé. De lo inmenso que hay...
Mas miedo me da, mirarlos, mirarme, y no encontrarme, mirarme y ver que NO soy YO.
Quien es, entonces la que me mira?, quien esa, que luce igual que yo? Acaso ESA es mi imagen?, ahora todo parece ser mentira. Ahora parece que el cuerpo, MI cuerpo es mentira.
Ando caminos, sensaciones, de pronto no existe el tTIEMPO ni el espacio, hay colores que no tiene nombre... nada tiene nombre allí... dentro de mis ojos.
No soy yo.
Supuestamente soy yo, pero no me encuentro!
Cuanto mas me adentro en ellos, mas me pierdo en su inmensidad.
Pero ya dejan de ser los colores, la forma... es algo mas. Hay algo mas.
Me pierdo en ellos, mas los miro, Mas conciente soy de todo lo que no sé. De lo inmenso que hay...
Mas miedo me da, mirarlos, mirarme, y no encontrarme, mirarme y ver que NO soy YO.
Quien es, entonces la que me mira?, quien esa, que luce igual que yo? Acaso ESA es mi imagen?, ahora todo parece ser mentira. Ahora parece que el cuerpo, MI cuerpo es mentira.
Ando caminos, sensaciones, de pronto no existe el tTIEMPO ni el espacio, hay colores que no tiene nombre... nada tiene nombre allí... dentro de mis ojos.
7.8.07
Blanco
Ella se divertía como una niña.
Sus ojos rebosaban de alegría.
Todo su cuerpo se contorsionaba al ritmo de alguna vieja canción
que resonaba en su cabeza.
Mientras cerrando los ojos gritaba “¡nieve, nieve!”.
Y esos pequeños copitos –los primeros que veía en su vida—se hacían agua al tocar sus manos estiradas hacia el cielo.
Agua que recorría las arrugas de su rostro como si fueran caminos.
Ella se divertía como una niña.
Sus ojos rebosaban de alegría.
Todo su cuerpo se contorsionaba al ritmo de alguna vieja canción
que resonaba en su cabeza.
Mientras cerrando los ojos gritaba “¡nieve, nieve!”.
Y esos pequeños copitos –los primeros que veía en su vida—se hacían agua al tocar sus manos estiradas hacia el cielo.
Agua que recorría las arrugas de su rostro como si fueran caminos.
(a mi abuela Elsa)
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